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Petra, la capital del reino nabateo, permaneció como un secreto durante más de 600 años. Oculta entre montañas, de difícil acceso y protegida fieramente primero por los nabateos y luego por los hombres del desierto, fue una leyenda durante siglos. Petra es una de las 7 maravillas del mundo moderno, el tesoro más preciado de Jordania. Para llegar hasta la ciudad hay que recorrer a pie el Siq, un estrecho desfiladero que serpentea a lo largo de un kilómetro y medio ofreciendo al anonadado caminante todo un espectáculo de formas y colores imposibles que cambian con el avance del sol. Al final del recorrido encontramos la recompensa más bella: estamos frente a “El Tesoro”, el edificio más famoso de Petra con su espectacular fachada esculpida en uno de los recovecos del cañón.
Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que recorrí el largo Siq, maravillada por lo caprichosa que llega a ser la Naturaleza e impresionada por el ingenio de aquellos nabateos que habían inventado, entre otras cosas, un complejo sistema para aprovechar hasta la última gota de la preciada agua de lluvia. Tras un buen rato caminando, parando de cuando en cuando para ver algunos detalles y grabados aquí y allí, nos acercamos para contemplar algo que nos indicaba el guía en la pared, un par de pasos a la izquierda, otro más, y de pronto el cañón se abrió mostrando al final del camino el edificio más hermoso que jamás haya visto y permitiéndome cumplir un sueño que me acompaña desde niña. He tenido la suerte de ver muchas construcciones imponentes por todo el mundo, pero ninguna me ha conmovido de la manera que lo hizo el conocido como “Tesoro de Petra”. .
Desde el principio supe que tenía que volver. Durante todo el tiempo que caminé por Petra por primera vez, no paraba de pensar en que aquello era algo que mi marido tenía que ver, quería compartir con él esa increíble experiencia, así que hace unos meses decidimos que dedicaríamos nuestras vacaciones a Jordania. Llegamos a Petra desde Amman, pasando por Madaba, donde visitamos la Iglesia Ortodoxa de San Jorge, que alberga el primer mapa-mosaico de Palestina, y por el Monte Nebo, según la tradición, el último lugar visitado por Moisés y desde donde el profeta divisó la tierra prometida, a la que nunca llegaría. Por fin, a última hora de la tarde llegamos al Mövenpick Nabatean Castle, un encantador hotel emulando un castillo a sólo 10 minutos en bus de la entrada de Petra y con extraordinarias vistas al Valle del Rift. El día que nos despertamos en Petra los nervios eran palpables. Sabíamos que nos esperaba uno de los días más emocionantes del viaje. Rafa estaba más tranquilo que yo, disfrutando de las bonitas vistas del hotel, aún no sabía lo que le esperaba. Tan pronto comenzó nuestro recorrido por el Siq podía percibir cómo crecía su emoción, al fin y al cabo, él también había soñado con ser Indiana Jones.
Y de repente éramos de nuevo los protagonistas de “La última cruzada” buscando nuestro Santo Grial y nos encontrábamos frente al formidable templo donde aguarda su custodio…. Y de nuevo me embargó la misma emoción. Esta vez esa sensación me pilló por sorpresa. Al fin y al cabo, yo ya había estado allí ¿verdad? Y sin embargo, así fue. Tan emocionante y espectacular como la primera vez. Algunos lugares en el mundo son tan mágicos, tan especiales, tan diferentes que son capaces de despertar algo en ti que ni siquiera sabías que estaba ahí. Así es Petra, de película.
Petra es mucho más que su Tesoro, una ciudad mucho más grande de lo que uno espera. Excavada en la roca, cambia de color con los rayos del sol, de más blanco a más rosado. Se necesitarían varios días y muchísima energía para recorrerla entera así que es mejor centrarse en aquello que más nos interese. La primera vez subí al “sacrificio” pero esta vez tocaba subir al edificio más impresionante de Petra, tras “el Tesoro”. Una subida de 850 escalones, agotadora pero espectacular, nos lleva hasta uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad rosa: el Monasterio. Escondido a los ojos de aquellos que no se atrevan con el ascenso, el Monasterio se levanta imponente y majestuoso. Ahora es él quien nos deja sin aliento, y no el cansancio. Ha merecido la pena.
Esa noche continuamos nuestro camino hacia Aqaba, a orillas del Mar Rojo a dos horas de Petra, a la que se llega por una carretera en su mayor parte asfaltada. A pesar de estar muy cansados tras un día muy intenso en la ciudad rosa, esa noche decidimos salir a pasear para disfrutar del extraordinario ambiente de Aqaba. Es una localidad divertida, abierta y muy segura, llena de bares, restaurantes y tiendas de todo tipo. Pasear por sus calles a nuestro aire fue uno de los alicientes del viaje. Y mientras disfrutábamos de una bebida en una de las terrazas de esta vibrante ciudad costera, ya sabía que Petra volvería a llamarme en el futuro así que le hice una promesa también muy de película “volveré”.